De esos hombres que suele regalar
Dios para vivenciar y sensibilizar en otros lo que reza el sermón de la
montaña: “bienaventurados los que trabajan por la justicia porque de ellos es
el Reino de Dios”, o lo que enseña el pasaje: “venid benditos de mi Padre
porque tuve hambre y me distes de comer”, de esos seres es don Bernardo Vélez,
un cristiano a cabalidad, un reciclador de profesión, y diría sin temor a
equivocarme, un claretiano fraguado por la fuerza espiritual de María Madre y
señora de discípulos; el misionero claretiano Alfredo Plaza, suele decir: “nada
es claretiano sin claretianos”; pues bien, el hombre del que escribo en este
artículo es un devoto de María Virgen y del P. Claret. Un hombre que salió
movido y convencido por uno de esos buenos estudios bíblicos dirigido por el P.
Gilberto Franco en el municipio de la Estrella, en ese estudio donde se ilumina
la realidad desde el mensaje profético, Don Bernardo reflexionó y echó a andar.
Era el año 2003, dice don Bernardo: “el padre Gilberto siempre enfatizaba que
la biblia debe llevar a iluminar la realidad, y permeados por el mensaje
cristiano el creyente debe ayudar en la implementación del Reino de Dios,
argumentó Don Bernardo parafraseando a Gilberto.
De la fecha exacta no tiene
memoria, lo que sí manifiesta, fue que desde la noche del 2003 en que el padre
Gilberto les habló de crear un trabajo social en pro de los habitantes de la calle
en la ciudad de Medellín; sintió como si la fuerza de lo alto le dijera:
“animo, te encargo ese trabajo y no temas que por esas calles yo te acompaño”.
Gilberto Franco, misionero
claretiano, gestionó para que en la parroquia Jesús Nazareno les permitieran preparar el chocolate, el
agua de panela que con panes salían y salen a regalar a esos hijos de Dios y
hermanos nuestros que han caído en el flagelo de la drogadicción y por tal en
el olvido de aquellos que se creen políticos y/o cristianos altruistas, pero
que en realidad solo son moralistas apáticos, fariseos y herodianos en el
tiempo de hoy.
Cuenta don Bernardo que al
principio el chocolate y el agua panela la llevaban en envases de gaseosas, los
panes los compraban los mismos integrantes del grupo bíblico y la panela en
esos inicios la regalaba una señora de nombre Blanca Restrepo. Poco a poco se
iban sumando más integrantes a esta bonita labor, en su mayoría residentes de
los municipios de la Estrella y de Itagüí, que con su amor y sentido
humanitario, poco a poco fueron dotándose de termos y bombas de fumigar las
cuales acondicionaban para realizar un mejor trabajo.
Así se inició una grande obra con
sello claretiano. Todo un grupo de cristianos salen todos los martes en horas
de la noche, con lluvia y sin ella, pero siempre con el frio de la capital
antioqueña y la compañía de Dios. Es bueno anotar que antes de salir, algunos
de los sacerdotes claretianos los encomiendan a Dios y con la fuerza de la
Palabra divina salen a llevar alimento y una palabra de esperanza; parten con
la única intención de llevar amor a otros hermanos que por la droga y por otras
vicisitudes de la vida, duermen en las calles; a veces generando peligro y
otras padeciendo el peligro, lo cierto es que esto de enfrentarse al riesgo,
como diría el novel colombiano, Gabriel García Márquez, “a una mala hora”, la
enfrentan: “los samaritanos de la calle” como suelen llamarse.
Estos valientes samaritanos, hijos del claretiano Gilberto Franco, salen
todos los martes a las 8:30 de la noche y repartidos en grupos, llevan el bien
a los habitantes de la calle que se instalan en Téjelo, la Candelaria, la
Veracruz, Prado y Coltejer; para luego
con algunos de los habitantes de la calle
terminar con una oración en acción de gracias en el parque Berrío.
Don Bernardo y ese gran y
significativo grupo de cristianos que lo acompañan, les celebran también la
navidad a estas personas bautizadas y colombianas, y como tales, no deben ser
miradas con desprecio ni por el Estado, ni por la Iglesia, pues se tiene
entendido que por el bautismo somos insertados en la familia católica.
En la entrevista que realicé a don
Bernardo mientras volví a salir con él y con todo ese grupo de amigos, como en
años anteriores en los inicios de formación, me contó que una de las anécdotas
más significativas que tiene grabada en el corazón fue una noche que salió con
su mentor, Gilberto Franco. Era para una festividad de mitos y leyendas,
celebración que se realiza en Medellín los días 7 y 8 de diciembre, y en la
cual la alcaldía municipal con el fin de esconder tal problemática a los
turistas saca del centro y aleja lo más que pueda a los gamines como malamente suelen
llamar a estos hombres, mujeres y niños faltos de un programa estatal y
municipal que les ayude a una rehabilitación integral, solo así, cuando estas y
otras problemáticas (grupos armados, hoyas de micro tráfico, violencia
intrafamiliar y mal trato a la mujer) sean tratadas en Medellín, se podrá decir
con más orgullo que se tiene a la ciudad más innovadora del mundo, tal como fue
catalogada por la firma The Wall Street Journal: “ Medellín es la ciudad más
innovadora del planeta, mucho más que Nueva York o Tel Aviv según un concurso
por Internet; El premio lo entregó Citi y The Wall Street Journal. Además, en
el concurso The Business Destinations Travel Awards, organizado por la revista
Business Destinations, 550 compañías y empresarios la eligieron como mejor
destino que Santiago de Chile o Río de Janeiro para hacer negocios, al
reconocerla como el mejor destino de toda Suramérica”. Total, el
pasado 1ro. de marzo del presente año, se reconoció a Medellín como la
capital latinoamericana de la innovación. Permítame decirle señora Medellín que
la infraestructura debe ir acorde con la realización humana.
Por tanto, para esas fechas y otras
festividades suelen esconder la realidad de la drogadicción y la indigencia
para mostrar una ciudad hermosa y en calma a los visitantes. Por tal, para esos
días, sacan de los perímetros de la fiesta a los indigentes. Resulta que esa
noche salieron como de costumbre los samaritanos de la calle; el padre Gilberto
y Bernardo con un grupo de señoras caminaban y caminaban y al no ver a nadie
pregunto el padre Gilberto ¿y ahora que haremos con este alimento? Pero
decidieron seguir buscándolos, y ya lejos de lo habitual uno de ellos los
divisa y les sale corriendo, y como un hijo al ver a la madre se lanza a don
Bernardo, se abrazan, ríen y éste al darle el pan le escucha decir: “gracias
Dios porque tienes gente que nos quiere y no nos abandona”.
El padre Gilberto como todo
misionero fue trasladado, don Bernardo lo recuerda con mucho cariño, pero otros
también se han quedado en su memoria por su respaldo, tales como: los HH. Jhon
Alberto Aguirre y Jhon Jairo Flórez; y los PP. Danobis de Osa, Luis Vivanco,
Darío Villegas, Daniel Gallegos y Julio Corredor, quienes como muchos
formadores, han mandado a los estudiantes a decirle sí a esta bonita y significativa
labor que nació de la mano de un claretiano y nos deja ver en hombres como don
Bernardo y la señora Orfa Velásquez, coordinadores inmediatos del grupo:
Samaritanos de la calle, que todo es cuestión de amor y justicia.
Hoy
10 años más tarde, son más de 40
integrantes que cada martes llevan pan, chocolate y sobretodo esperanza a sus
hermanos, tus hermanos y mis hermanos sufridos. Cabe señalar que la política del grupo no permite dar dinero ni
ropa, pues con ella comprarían droga o la canjearían por sustancias
alucinógenas, por eso sólo alimento.
Dios bendiga el hogar de don
Bernardo un reciclador chatarra, trabajo desde el cual ha sacado a su familia
adelante. Dios bendiga a Gilberto Franco, quien supo inspirar e instaurar una
bonita labor. Todo esto es motivo para dar gracias a Dios, pues todo don
perfecto proviene de Él. Un aplauso para Bernardo, pues sabe entender que su
oficio de reciclador es una cosa y que la gente que habita en la calle no es
basura y sí hijos de Dios.
José Pinto C.M.F
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