Después de concluir el primer año de
teología en el ITER fui enviado a compartir dos semanas con la comunidad de la
parroquia “Claret” en Barquisimeto, Estado Lara Venezuela. Llegué el lunes 29
de julio en horas de la noche y fui muy bien recibido por los hermanos de
comunidad Juan Carlos Olmedo CMF y José
Felipe Pinto CMF.
Al día siguiente en la oración y con
alegría Julián Hernández CMF me daba
un caluroso y fraterno abrazo de bienvenida a la comunidad. Poco a poco me involucré en la dinámica de la
casa, colaboré en algunos momentos con la elaboración de los desayunos, la limpieza
de la casa y del templo, cantaba la misa diaria (a excepción de los días en que animaban los ministerios de música de
la parroquia) y por iniciativa me
fui a las instalaciones de la “Comunal
Claret” a colaborar y participar de la “olla solidaria”, donde me encontré
con un grupo de “ex-anclistas” quienes llevan la coordinación y elaboración de
la sopa los días sábados, trabajando para mostrar a un Jesús vivo que camina
con los hermanos más necesitados. Este grupo
de servidores me compartían su encuentro con el Señor a través del testimonio y
servicio de misioneros como Jerónimo
Vara, Santiago Nieves, Marino Pérez, José Antonio Santana, Arquel Zambrano, y
Rubén Gonzales y otros más, y como lo sembrado en ellos iba germinando la semilla
del servicio, a ejemplo de Jesús el maestro y con estilo Claretiano.
Puedo decir que este tiempo de misión fue
un espacio necesario en cual descansé, volví a lugares ya conocidos como el
pueblo de Santa Rosa, El manto de la Virgen, etc. Compartí en lo musical con
excelentes exponentes “guaros” (como
popularmente se les dice a los larenses) y otros maravillosos miembros que
tienen mucho que aportarnos a nosotros misioneros en formación y que se
encuentran en nuestra parroquia Claret.
Con mi familia no fue tan agradable el
compartir, ya que la situación del país que les toca vivir a diario, y que
muchos pueden imaginar o creer que se exagera, los tiene sumidos en una
tristeza y pesimismo colectivo que además genera prevenciones entre ellos
mismos, distanciamientos, rencillas y discusiones que terminan por ampliar una
brecha no vista antes en muchas realidades familiares en nuestro país. El hambre, los problemas de salud, la
dificultad de conseguir los medicamentos, los problemas de movilidad y
transporte, las dificultades en los servicios públicos básicos de los cuales ya
no gozan como antes, produce un desespero que se siente en el ambiente; la
muerte de amigos cercanos a la familia y la enfermedad de algunos miembros
desmotiva un poco al resto.
Gracias a Dios y a pesar de tantos
problemas aún se generan y se aprovechan algunos espacios de compartir, de
acercarse, y de hablar y desahogarse que para muchos funciona y lo mismo lo
percibí en familias amigas a las que pude visitar y compartir en uno que otro
momento. Mi presencia entre ellos fue de bajo perfil: ayudé, colaboré y animé
en el nombre de Jesús, buscaba espacios para orar en familia y acrecentar un
poco más la fe y la confianza en Dios en estos momentos en los que la fe y la confianza
merman mucho. Me esforcé en mostrar la alegría que caracteriza al venezolano y
más al que conoce a Jesús, y entre chistes, juegos, conversaciones serias y
espacios de lágrimas y oración, Dios se hacía presente y haciéndonos sentir que
caminaba con Nosotros.
A Dios, a la Iglesia y a la Congregación
doy muchas gracias porque pude aprovechar al máximo todo lo que recibí en este
año académico, formativo y pastoral, para ayudar, acompañar y caminar con mi
familia, mis amigos, mis hermanos en la fe, mi gente que se encuentra por los
momentos en este valle de lágrimas, lágrimas que serán enjugadas por el amor,
la misericordia y el perdón de Dios muy pronto.
Yo así lo creo!
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